"Tuvieron que pasar varios siglos para que las ciencias naturales y la religión se pusieran poco a poco de acuerdo en tolerarse mutuamente, después de haber estado enfrentadas largo tiempo, desde los tiempos de Galileo, como enemigas mortales, y ello de modos que incluyeron tanto la lucha como la burla y el miedo. Sin discusión se dejaron la una a la otra el ámbito en que cada una de ellas no se sentía a gusto. La religión se convirtió en un asunto privado, y los científicos de la naturaleza se hicieron a la idea de que lo suyo era el conocimiento de lo material, y que no tenían por qué saber nada de lo relacionado con la vida, el alma y el espíritu.
Esta forma de armisticio funcionó bastante bien a lo largo de mucho tiempo, y aún hoy sigue siendo popular.
Pero la 'física moderna' aportó unos conocimientos que ya no permitían trazar una frontera tan nítida como la de antes entre las ciencias naturales y la vida, el alma y el espíritu. A partir de ella cabe contemplar la ciencia natural y la religión como principios complementarios y mutuamente referidos.Se vio que la 'materia' no está hecha de 'materia', sino en último término de 'estructuras relacionales', que dada su cualidad de 'inaprensibles', también cabe llamar 'espirituales'. En esta situación, el físico, para hacerse entender, incluso para entenderse a sí mismo, se ve obligado a emplear, además de las matemáticas, metáforas. Y de esta manera penetra en un ámbito donde ya no parece tan imposible entenderse verbalmente con aquella parte de la humanidad, o de sí mismo, para la que la religión tiene un significado. A la vista de un 'fundamento básico' que todo lo religa, pero que se sustrae a cualquier término, ya no sólo la religión sino también las ciencias, se expresan mediante metáforas y analogías".
Marianne Oesterreicher-Mollwo
Doctora en Filosofía y escritora